Apuesta

                                                                                              

Un cuento corto de Yosof Idris traducido por Youssef basty         Apuesta

Era un día de verano, Tanto en la carretera larga como en los campos de siembra, no había moscas ni cuervos, era mediodía, y el calor tapa el aliento del silencio y amortaja las pequeñas brisas y convierte la cafetería de Achrkawi como único paraíso al borde del camino que hierve Como si fuera un fuego ardiente.

En aquel instante estaban en la cafetería cuatro de los clientes fieles cuya la estación del algodón llegó a sus riñoneras y las hizo llenas de monedas. Estaban hablando de manera débil y reducida.

De otro lado, estaba Saleh, el vendedor de higo chumbo, sentado con las piernas cruzadas, al lado de la jaula girándose hacia ella, y se hundió en un silencio tan triste mientras estaba echando las moscas de los higos chumbos y a veces de su cara. Y Acharkawi, el dueño del lugar que está pasando el tiempo peleándose con el sueño y delante de él estaba la bombona de butano apagada y no estaba oyendo a Faraj, el empleado que riega los árboles de la carretera, que estaba sentado con piernas cruzadas también, al lado de uno de los pilares que aguantan el tejado de la cafetería. Estaba pidiendo con exigencia a Charkawi mientras pasaban ratos de paciencia que le permitiese beber algo de la chicha.

De repente entró un hombre extranjero. Era un campesino, alto y con el hueso seco. Llevaba una camisa de hilo viejo, mostraba las piernas cuya piel se adhería con el fémur de ellas. Y alrededor de su cintura, una faja de lana sujetaba su espalda, y encima de su cabeza una bufanda de color de barro y un agal desteñido cuyos hilos suyos estaban cortados, y el sudor construyó encima de su cara alargada mares y ríos, y sus ojos a punto de derramar sangre.

Los sentados le saludaron mientras dejaba en el suelo un pequeño cordero que llevaba en su hombro. Y cuando pregunto sobre el agua, le enseño Acharkawi donde estaba un odre enterrado, y el hombre bebió todo lo que había en su profundo, entonces se sentó en la terraza y ya el agua se trasladó con rapidez de su barriga hacia su cara.

Y las lenguas no pudieron suportar la ensoñación mientras un forastero estaba en su hospitalidad, y con tanta rapidez se circuló la charla y los sentados supieron de donde era el hombre y cuál sería su destino. De repente empezaron a burlarse de él cuando ya se habían dado cuenta que no tenía nada, ni dinero ni hachís.

Y en el momento cuando se circuló el aburrimiento en ellos, empezaba Saleh a animarse y echar las moscas, y actuar mucho en la conversación, y flirtear con su higo chumbo y su dulzura la cual renace el corazón.

Se quedó el único que hablaba mientras los demás babeaban.         

En aquel instante empezó uno de ellos con cinco higos chumbos, pero los hombres le dijeron que era demasiado para él y no le gustó sus críticas, por eso decidió la revolución y dijo que podía comer toda la caja.

Se rieron y pidieron al forastero su opinión mientras seguían riéndose, y pararon cuando les dijo con su voz tan educada y bajita:

Yo como cien.

Y dijeron también que era demasiado, hasta que no pudieron imaginar que el toro mismo podría comer esa cantidad.

Y se acercaron y le rodearon mientras se burlaban, pero el insistió y dio su cordero pequeño como apuesta.

Y sacó uno de ellos su bolsa como un acuerdo de la apuesta, y se preparó a pagar el precio de los cien higos chumbos si él podía comérselos.

Y pareció Saleh como se estuviese volando de la alegría mientras  estaba pelando y el hombre comiendo, y los demás contando a la vez.

En aquel momento se movió Faraj de su asiento, y olvidó de la chicha y se incorporó a Saleh pelando con él. Ambos no pudieron llegar a la velocidad de la boca del hombre cuando estaba tragando los higos chumbos uno detrás de otro con facilidad como se estuviera echándolas en un pozo que no tiene fondo. Y miró Acharkawi al hombre que le abandonó el sueño sin volver, y comenzó a susurrar contando con sus clientes y con Saleh y Faraj.

Y en los cuarenta, el hombre tiró la faja. Y en los sesenta pidió agua, en aquel momento fue Acharkawi corriendo rápido para llenar un vaso de la alberca. En los noventa volvió a pedir agua, y entonces eructó largamente, y lentamente con confianza acabó los cien y después directamente tragó otro para los presentes.

Y no acabó de acabar hasta que dio un vistazo a los otros cuyas caras enseñan silencio y de pasmo, y esperó un lapso recuperando el aliento. Entonces cogió su cordero y en calma les saludó y se marchó.

Y antes de que desapareciese de la vista, los ojos se fijaron rápidamente en su barriga, entonces empezó el grupo a recuperar sus lenguas.

Y dijo Acharkawi moviendo su cabeza:

-El hombre es de los árabes del oeste y seguramente ha hecho alguna brujería y han llegado los genios antes de que se los comiera. Dijo eso girándose hacia la derecha y la izquierda y entonces pidió la protección del dios mientras escupía en su pecho.

Y Dijo Saleh:

-         Habrá gusanos en su barriga que estaban comiendo los higos chumbos uno detrás de otro.

Y Fraj raspeo su voz y dijo:

-         Los árabes son como los camellos tienen dos estómagos.

-         Y se aseguró otro hombre de los cuales estaban sus bolsos llenos de dinero que el árabe iba a explotar después de un rato y morirá, y sin duda lo van a encontrar después de un día o dos flotando sobre el agua de la alberca o debajo de un puente.

Se aumentó la charla, y se alejaron las adivinanzas y las explicaciones y acaso habría una pelea, en cambio el hombre continuó su camino mientras empezaba el dolor en su estómago, y todo lo que le importó fue que ya había comido y se callaron sus clavos de hambre aunque eso fue por un instante, y luego pase lo que pase.