Una competición de correr

Cuando estaba en Libia, habitualmente hacía algunas actividades para relajarme por las mañanas porque trabajaba muy duro por las noches.

Una mañana fui al centro de la ciudad y mientras estaba haciendo una vuelta en la plaza  Al-Khadra, vi a mucha gente reunida y pregunté a un hombre por qué había tantas personas en el mismo sitio. Amablemente me contestó que habría una competición de correr y que habría premios. Yo muy animado y porque era un atleta, no  vacilé mucho, así que fui corriendo a la habitación donde vivía con dos amigos, sólo encontré a uno de ellos le pedí sus bambas porque yo no tenía, primero negó pero al final me las dio por condición de devolvérselas en buen estado.

Volví a la plaza otra vez corriendo, y tuve suerte porqué todavía no habían comenzado, pero allí mientras me cambiaba, me dijo uno de los corredores que estaba  prohibido correr con pantalones cortos. Bueno, resulta que no me cambié.

 Cuando todos los participantes se reunieron a la línea del comienzo, me  di cuenta que había muchos que llevaban pantalones cortos, pero decide concentrarme con la competición.

El árbitro pitó y así empezamos a correr, no  había profesionales, sino gente normal.

No pasaron unos cinco minutos, vi a unos dos participantes compartiendo un cigarro que olía fatal, unos jóvenes de los espectadores empezaron a burlarse de ellos e insultarlos con silbidos,  y les dijeron:- fumáis “Riyadi sucios”- se referían a la marca de cigarrillos que era la peor. En fin la competición continuó, pero más adelante cuando pasaron unos  quince minutos  empecé a ver algo muy raro y casi perdí la cabeza porque no tenía ninguna explicación, unos cuantos participantes, no me acuerdo tres o cuatro o puede ser que fueran cinco o más, que cuando los pasé y los  dejé atrás, un poco más tarde los encontré delante, y volví a pasarlos  dos o tres veces pero siempre pasa lo mismo y los encontraba, pero luego vi a un amigo suyo que tenía una furgoneta los cogía y los pasaba delante, pero ellos  corrían tan rápido cómo se hubieran corrido cien metros y no diez kilómetros. Al final, el amigo se cansó de ellos y de su manera como corrían, les dejó y siguió su camino. Entonces se cansaron mucho y pararon de correr. Yo empecé a sudar mucho, mi cuerpo se puso caliente y mi cara roja.

Después de treinta minutos y casi llevaba más de la mitad de la distancia, pasé a muchos participantes decidiendo continuar sin rendirme, pero no acabaron las rarezas porque vi a unos dos chicos participantes fijándose a una chicas  saliendo de una universidad por la cual pasamos, y oí a uno diciendo al otro:- que guapas ¿vamos a seguirlas? Su amigo no tardó ni un segundo en contestarle y le dijo:- Vámonos, dejemos de correr como locos. Entonces fueron a seguir las chicas y abandonaron la competición.

Bueno, yo todavía tenía la gana de continuar aunque sentía mucha fatiga, y como sudé mucho, me quité la camiseta y me quedé con la camiseta interior. En aquel instante deseé llevar sólo pantalones cortos, porque los que llevaba me molestaban mucho y no me dejaron correr con comodidad.

Cuando faltaron unos metros para llegar a la línea del final, y era un campo de futbol, aumenté la velocidad, la verdad es que tenía mucha voluntad de llegar el primero.

En la entrada del campo todos los pocos que llegamos paramos, pero los árbitros que estaban allí exigieron que hiciéramos una vuelta alrededor del campo, entonces nos repartimos  en dos grupos, unos que no tuvieron ninguna fuerza para continuar  y otros que decidimos desafiar el reto. Bueno saqué toda mi fuerza, pero entré con unos diez, se puede decir que entré el décimo.

Mientras recuperábamos el aliento, preguntamos a un árbitro cuál sería el premio, y nos sorprendió fácilmente con una noticia tan fría que nos frustró y la moral se nos cayó al suelo, nos dijo:-Pues el premio es ver gratis un partido de futbol entre dos equipos de júnior en este campo mismo. Yo mantuve la calma, y subí a unas sillas tan frías, hechas de cemento, e intenté hacerme como un bulto para pelearme contra el sudor que empezó a enfriarse más, y la corriente del campo tan vacío. Aguanté un cuarto de hora y luego no pude más. Así que decidí ir fuera, y coger un autocar que nos habían dicho que nos llevaría al centro de la ciudad.  Una vez en el autocar el chófer me avisó que no iría a la ciudad hasta el final del partido, porque tenía que llevar a todos sin dejar a nadie, incluso a los futbolistas.

En ese caso y  con tanta congelación que sentía, fui a la carretera cercana a hacer autostop, intenté llamar a los vehículos una vez, dos, cuatro y hasta veinte, pero nadie aceptó de parar para llevarme. Y después, cuando a punto de perder la esperanza, paró un coche lleno de gente de muchas nacionalidades, súdanos, egipcianos, etc. Subí atrás y empecé a sentir el calentamiento humano y el descanso.

No pasaron ni unos diez minutos, el coche llegó al centro de la ciudad, pero vi que las rarezas no acabaron todavía, porque esa gente que estaba en el coche empezó a pagarle al hombre que estaba conduciendo y me acuerdo que era mayor y llevaba una gorra negra. En aquel momento me abandonó la calma y sentí nervios, porqué desgraciadamente, me di cuenta, tardamente, que el coche era un taxi, pues no tenía ningún remedio, excepto pedirle a alguien de los pasajeros que me prestara algo de dinero para pagar, y que se lo devolvería más tarde cuando iría conmigo a una tienda de ropas de un amigo que a menudo me aprestaba. Primeramente se lo pedí a uno de los súdanos, pero se vio su bolso vacío, Luego, un egipciano sacó su cartera que estaba llena de moneda de papel. Le supliqué con vileza que me salvase de ese aprieto, y que me diera dos dinares, pero el hombre sólo movió la cara hacia la izquierda y la derecha, quiso decir no, sin gastar ni una palabra, era muy duro como su cara que era como una barra de hierro,  parecía que acababa  de venir del campo, pero no del futbol sino del huerto. Resulta que al final, el chófer  fue muy bueno conmigo cuando le expliqué toda la historia, y me dejo ir sin pagar.

En la habitación, me encontré a mi amigo, el de las bambas, esperándome, y justo cuando las vio con mal estado, empezó a darme la bronca, pero no tenía tiempo para escucharla, porque estaba muy cansado y puedo decir un poco deprimido. Resulta que decidí aguantármelo un poco. Luego todos los amigos, y desgraciadamente, estaban en la habitación todos, empezaron a reírse de mi a carcajadas, cuando les conté todo. Mientras, yo estaba recuperando mi aliento, bebiendo agua a causa de tanta sed, y prepararme para ir al trabajo de la tarde.