Bush

Bush

Siempre soñaba ser jardinero, aunque nunca lo había hecho bien, y el título que conseguí no fue lo suficiente reconocido. Es cierto que siempre era admirado en el mundo de la jardinería, pero no era la persona ideal, porque siempre me dolía la espalda, entonces ese sueño nunca se había hecho realidad.

Durante toda la época que pasé en Libia, estaba trabajando como vendedor de ropa de hombres, pero desgraciadamente no ganaba mucho por eso decidí buscar otro trabajo. Cada mañana iba a una plaza donde se encontraban corredores inmobiliarios, o a oficinas de trabajo por si acaso encontrase a algo, aunque no sabía nada de nada, ni tenía experiencia.

Había una vez, un hombre se llamaba Bush, sí Bush. Fue un nombre de usuario nada más. Dijeron algunos amigos que era un corredor inmobiliario que guiaba la gente que necesitaba trabajar, en cambio, cobraba su porcentaje de dinero a cambio del favor que ofrecía.

Bush ponía condición, que los que les buscaba trabajo se alojaran en un hostal de un propietario amigo suyo. De manera que su parte del dinero aumentaría, porque claro el propietario le daría una comisión, y así ninguna persona se iba a trabajar antes de que acabase todo su tesoro. Entonces estaría obligado de aguantar cualquier faena sin quejarse, sino moriría de hambre. La verdad es que no había ninguno que tenía misericordia allí con la persona que caía, porqué la vida en aquel país era tanto como la de la selva de áfrica, el fuerte comía al débil.

Ese Buch siempre cuando veía a una persona buscando trabajo, le preguntaba si había venido últimamente o ya llevaba tiempo en el país. Si la respuesta era sí, entonces continuaba la conversación con ella y le daba buenas noticias, incluso cuando se notaba en su cara que acababa de venir del huerto. Y si la respuesta era no, pues no li hacía ningún caso y sólo gasta una huérfana frase y le decía “lo siento chico todavía no hay trabajo para ti”.

Fueron unos vendedores que me dijeron que Bush se encontraba cada mañana a las once en un café que se llamaba “la Amistad” en la calle de “Almokhtar”. Cuando fui a buscarlo no lo encontré, me refiero al café, pero un hombre mayor lleno de ríos de arrugas en la cara me dijo que me tenía que ir a la oficina de correos que era en la plaza de “Swihli” y me dirían dónde lo encontraría.

La verdad no pregunté a mi mismo qué podría hacer un corredor inmobiliario en una oficina de correos. Resultó que hice lo que me dijo el viejo como un ciego y con mucha ingenuidad e inocencia porque yo era así.

Fui al sitio, En la entrada encontré a un empleado, le pregunté: “¿discúlpeme hay un hombre aquí que se llama Bush?”, el hombre parecía ocupado y no me hizo caso a mí, ni al nombre que oyó, pero sin pensar me dijo “por favor váyase al otro despacho y pregúnteselo a mi compañero”.

Me dirigí hacia él y también estaba ocupado, estaba hablando por el teléfono riéndose a carcajadas, todo su cuerpo estaba vibrando e incluso su barriga que parecía a una bomba a punto de explotar. Estaba diciendo “te juro por mi madre que Alitihad va a ganar al Ahli esta semana y seguramente me reiré mucho de ti.

Educadamente, le saludé Con una sonrisa tímida:

-Muy buenos días señor, hay algún compañero vuestro que se llama Bush.

No acabé mi pregunta hasta que volvió a explotar de carcajadas pero esa vez más. En aquel momento mi cara se tiñó de rojo por el aprieto. Entonces volvió a hablar por el teléfono:

-Te dijo ahora Mohsen, sucio, continuaremos a charlar después, tengo ahora con quien voy a divertirme más.

El hombre colgó el aparato y miró hacia mí, todo preparado para burlarse.

-¿Quién has dicho? ¿Bush? Por supuesto que sí, pero no está aquí.

Con rapidez le supliqué:

-Dónde puedo encontrarlo señor.

Girando la sella donde sentaba me preguntó:

-Primero, dime para qué lo estás buscando.

-Es un corredor inmobiliario de trabajo- le contesté con nervios.

Enseñando una cara de exclamación mientras sonreía, me susurró.

-¡Vaya hombre! Bush tuyo es un corredor inmobiliario y yo no sabía, caramba.

Y añadió:

-De todas maneras está en este mundo, pero no aquí en Libia.

En aquel instante me senté muy enojado y mi sangre comenzaba a llenar de ira y le respondí con estupidez:

_ Pues me han mentido, maldita sea.

-¿Quiénes son? Dijo él.

Y le contesté que eran unos vendedores y un viejo que me encontré con él por casualidad.

Pareció que el empleado disfrutaba mucho al burlarse de la gente y siguió a decirme.

-¡Que va chico! Nadie te ha mentido sí que existe, pero está en los estados unidos trabaja como presidente, pero gracias a ti ya sé otra noticia, sé que es también corredor inmobiliario.

Estaba sudando y casi me caí. Resulta que me mareé y me desperté a la verdad y me pasaron todas sus burlas, dibujadas ante mis ojos saliendo de su boca tan sucia y negra de tabaco.

Me senté nervioso, pero intenté aguantar, sin rendirme, porque desde luego mi vergüenza se derritió y se atrevió mi lengua a discutir con ese grosero:

-No estoy burlando señor.

Y no acabé de protestar hasta que se levantó de su sillón giratorio, de repente, todo rojo como un tomate podrido, lleno de enfado, con toda la fuerza y derramando las gotas de su saliva en mi cara diciendo:

-        Ni yo, pártete de mi despacho ahora mismo y no me dejes ver a tu cara. Este es un sitio de trabajo y no de bromas y tonterías.

Sin contestar ni siquiera con una palabra, intenté salir lo cuanto antes posible. Sentí el miedo. La ira y la tristeza a la vez. Mientras yo andando atrás, me gritó fuerte:

-        Eh, vuélvete un momento.

Entonces, me giré hacia él bajando la cabeza y las piernas comenzaron a templar.

Murmuró preguntándome:

-Eres nuevo aquí, muchacho.

-Sí.    

-Pues préstame tu atención. Tú no sabes nada sobre el régimen de este país. No repitas este maldito nombre otra vez o hundirías en la prisión y pasarías el resto de tu vida en ella.

Esconde tu maldita lengua y no te muevas mucho. Tienes una cara de ángel y eres blando. No quiero que odies la vida.

Abrió el botón de la camisa, su pecho era peludo y un poco canoso, cogió una toalla pequeña y sucia para secarse riachuelos de sudor y suspiró profundamente.

-Uf, es verano, la temperatura está alta, el termómetro marca cuarenta grados y tú los has subido a ochenta. Acércate.

“Vaya instante de averno lo estoy pasando ahora” dije para mis adentros.

 Me acerqué con vacilación y más miedo.

Como metió su mano dentro del bolsillo de su pantalón, y sacó algo y antes de verlo, pensaba que iba a sacar la pistola y matarme, de modo que mi respiración paró, pero al final me dio treinta dinares y bajando la voz me dijo:

-Ten cógelos para que te ayuden un poco.

Ahora vete y no vuelvas.

 En aquel momento yo no sabía qué hacer y sin querer cogí el dinero agradeciéndole y me partí, sí, me partí llorando, llorando porqué soy estúpido o porqué me senté ofendido. La ofensa de ese hombre o de los responsables de mi país los cuales robaron mi dinero y mi experiencia para que me escapase a ese país tan salvaje, pero un momento, aquí me daron trena dinares apuesto que me gritaron en cambio allí me robaron miles de dírhams. Sí, de todas partes el gobierno robaba, los generales del ejército robaban, los ricos robaban y la lista es muy larga.

Cuando volví a la habitación donde alojaba con mis tres amigos, me albergué en un rincón y abrí la puerta del balcón para nadar con los ojos tristes sobre las olas del mar qué era a una manzana de la habitación. Así descansaría un rato, y no me interesaron los granos de la arena que entraban como un ejército amarillo.

De golpe llegó un amigo de los tres y comenzó a gritar:

-Cierra la puerta, idiota, no ves que nos vamos a hundir en un mar de arena.

La cerré, estando en la luna, sin responderle, y sin poder aguantar empecé a derramar lágrimas en silencio. Cuando me veo así, cambió suavemente de su tono de voz y puso la mano sobre mi umbro:

-¿Qué ha ocurrido chaval? Y añadió ¿Hay algo grave que te ha pasado?

Al principio negué a hablar, pero como él insistió, le conté todo.

Después, justamente, llegaron los otros dos amigos y les contó lo ocurrido. Sintieron la tristeza, no obstante, me reprocharon y me aconsejaron que abandonara mi ingenuidad si quería que no me pasase ningún problema aquí o volvería a mi país mejor, porqué el destino sería o la prisión o el hospital o la violencia o la muerte…

-El mundo de Libia no tiene misericordia para los inocentes- me dijeron.

Uno de ellos añadió:

_ Ten cuenta que este Bush tuyo no tiene trabajo ni para él.

La verdad en mi situación esa no me dé cuenta de lo que quería decir el amigo.

, y le pide que me aclarase lo que había dicho. Y él de su parte no pudo aguantar mi estupidez como dijo, y se acercó de mis orejas chillando:

-que es estafador no tiene ningún trabajo para la gente. Melón, porque veo que no estás en este mundo.

-Luego todos se calmaron y cada uno se ocupó de lo que quería hacer, y decidieron parar de hablar sobre el tema y olvidarla.  

En la noche cuando acabamos de vender la ropa en la calle comercial, volvimos a la habitación con comida y había otro amigo, que vivía con otra gente, que nos visitaba cada noche para charlar, disfrutar y dar un sentido a la vida. Siempre quedábamos horas y horas riéndonos a carcajada hasta que las lágrimas saliesen. Sólo aquel tiempo que pasaba con alegría en toda la época que llevé allí.